jueves, 15 de agosto de 2013

Bandoneón



Me jode confesarlo,
pero la vida es también un bandoneón.
Hay quien sostiene que lo toca Diós,
pero yo estoy seguro de que es Troilo,
ya que Diós apenas toca el arpa
y mal.

Fuere quien fuere lo cierto es
que nos estira en un solo ademán purísimo
y luego nos reduce de a poco a casi nada,
y claro, nos arranca confesiones,
quejas que son clamores,
vértebras de alegría,
esperanzas que vuelven
como los hijos pródigos
y sobre todo como los estribillos.

Me jode confesarlo
porque lo cierto es que hoy en día
pocos
quieren ser tango,
la natural tendencia
es a ser rumba o mambo o chachachá
o merengue o bolero o tal vez casino,
en último caso valsecito o milonga,
pasodoble jamás.
Pero cuando Diós o Pichuco o quien sea
toma entre sus manos la vida bandoneón
y le sugiere que llore o regocije,
uno siente el tremendo decoro de ser tango,
y se deja cantar y ni se acuerda
que allá espera
el estuche.